Por lo visto, en algún momento del 2013, hackers desarrollaron un esquema bastante elaborado que les otorgaría un control absoluto sobre los cajeros automáticos de un banco europeo no identificado.
El plan consistía en hacer un agujero en la propia máquina para acceder a un puerto USB, y conectando una memoria USB con un malware en él. Después de introducir una clave de 12 dígitos, en la pantalla aparecería una interfaz personalizada que les daba control sobre el cajero.
Entre las herramientas a disposición de los criminales estaba una lectura de todo el efectivo contenido en la caja fuerte del cajero automático, y controles para dispensar cantidades específicas de cada billete.
Una vez los ladrones se hacían con el dinero, desconectaban la memoria USB, tapaban el agujero y la máquina seguía funcionando con normalidad.
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